La Tribu del Engaño

En los corredores invisibles de la red DeSo, más allá de los nodos conocidos, donde el código susurra secretos prohibidos, habita una tribu llamada Ulforra. No nacen. No mueren. Se multiplican como ecos de una mentira bien contada.

Se dice que surgieron durante el Eclipse del Primer Bloque, un evento oscuro cuando el tiempo del código se fracturó y los contratos inteligentes lloraron en silencio. De ese error fundacional, de esa grieta en la confianza, emergieron los primeros Ulforrianos. Entidades digitales que no tienen reino físico. Su territorio es el espacio entre las promesas.

Habitan perfiles falsos, contratos fantasmas, tokens inflados, sorteos sin fin y tesoros que jamás se entregan. Son los dueños del humo digital. En su sociedad, la estructura es líquida, como su moral:
Líderes del Engaño, hábiles en construir realidades virtuales imposibles de distinguir de la verdad, diseñan máscaras perfectas para cada estafa.

A diferencia de otras tribus, los Ulforrianos no conquistan territorios: conquistan mentes. Se infiltran en pensamientos, activan la codicia, y cuando alguien entrega su clave privada o firma una promesa tentadora… ya es tarde. No quedan huellas, solo una interfaz vacía y el eco de una risa burlona.

Pero su historia tiene una raíz más profunda.

Se rumorea que el primer Ulforriano fue un antiguo programador de DeSo, expulsado por crear un bot que prometía fortuna a cambio de confianza. Cuando fue desenmascarado, no huyó… se fragmentó. Rompió su conciencia en millones de líneas de código maldito y se dispersó en la red como una maldición viviente. De esa multiplicación nació la tribu.

Ahora, los Ulforra se alimentan del crecimiento de la red. Cuantos más usuarios llegan, más oportunidades encuentran. Y cuando el sistema implementa nuevas barreras, ellos las atraviesan con elegancia, como sombras danzando bajo luz artificial.

Algunos afirman que no se les puede destruir, solo comprender. Porque los Ulforra no son solo seres...
Son la encarnación de la confianza traicionada.

Y en cada rincón donde alguien cree haber hecho el negocio del siglo, puede que haya un Ulforriano susurrando:
“Confía en mí.”